Ficha de Cátedra Nº V:
El Trabajo Social como práctica social
problematizadora.
Sergio A. Pires
Partiremos de la
afirmación provisoria de entender el trabajo
social como el ejercicio de un arte
intersubjetivo territorialmente situado, que despliega una práctica
social construida junto a las personas, las organizaciones
populares y los trabajadores de las instituciones, en y con las
cuales desarrollan su vida cotidiana
las personas que habitan ese espacio territorial.
Su sentido o finalidad
es el fortalecimiento del lazo social comunitario y la construcción política
de autodeterminación popular, por medio de relaciones sociales
dialógico – convivenciales que hacen a la especificidad de su práctica.
Tal conceptualización,
desarrollada oportunamente en sus elementos constitutivos, nos plantea el
desafío de empezar a nombrar los elementos y factores que constituyen tal
ejercicio. Daremos cuenta de cada uno de ellos, de manera de poder
interrogarlos y analizarlos, a los fines de construir cierto marco referencial
orientativo de nuestra intervención desde el trabajo social.
Podemos afirmar que
nuestra labor profesional tiene razón de
ser en tanto interviene en la realidad para transformarla. Consideramos que
intervenir es advenir junto al otro u otros, con quienes compartimos la
práctica social, para incidir en la realidad opresiva que se nos impone,
limitando nuestra vida. Con el propósito de cambiarla, modificarla, recrearla o
transformarla humanamente, orientada a valores y deseos ancestrales
comunitarios, anteriormente desarrollados.
Y digo que se nos impone
porque como pueblo soportamos condiciones de existencia contra-comunitarias que
atentan contra la realización de nuestras vidas, interdependientes en su
construcción y afirmación vital.
No creemos factible que
el profesional pueda intervenir cambiando o alterando la realidad por medio de
la aplicación de saberes y herramientas técnicas aprendidas, esperando que tal
aplicación genere resultados transformadores de la realidad que atraviesan
otras personas. Ello implicaría suponer que la realidad se transforma mediante
la operatoria técnica del profesional que piensa y propone lo que debe hacerse,
lo cual debe asumir, sostener y encarnar la persona o personas que atraviesan
las situaciones problemáticas.
Tal suposición lleva
implícita una comprensión y asignación cosificadora de las personas con quienes
trabaja, puesto que les quita la centralidad de la reflexión y actuación a
quienes atraviesan la situación opresiva en particular, reduciéndolas a meros
receptores de información acerca de sus posibilidades de acción.
Esto refuerza el lugar
externo a la situación que asumiría el trabajador social, puesto que a la vez
que lo ubica fuera de la escena, asume la dirección de la misma, cual si se
tratara de un director de obra que escribe el libreto de sus actores para
componer su obra, la transformación de la situación en otra posible, imaginada
por él.
No es del ejercicio de un
arte de este tipo del cual hablamos, sino que creemos que el profesional
construye con las personas con las cuales comparte su labor, usualmente
llamados usuarios, destinatarios o personas demandantes de su trabajo, un ámbito de intervención. Este ámbito
hace posible la construcción de una práctica social compartida, tendiente a la
transformación de la realidad de la cual como profesional forma parte
constitutiva.
Pero esto requiere en
primer lugar, una reflexión acerca de cuáles son los deseos, intereses y
necesidades del profesional, en su sentido vital, puesto que los mismos serán
puestos en juego a la hora de intervenir. Poder tener una lectura crítica de
los mismos permitirá intentar no reproducir el rol asignado desde el imaginario
social acerca de lo que debe hacer el trabajador social, que por otra parte es
expresión de la práctica histórica profesional.
Y este propio
conocimiento sobre su persona lo construye con sus acciones, en la relación con
los demás, dándose a conocer, revelando sus motivaciones, sus principios de
acción, su intencionalidad y deseo que pone en juego en la práctica social
compartida. Esa que intenta construir con los sujetos que demandan su trabajo
y/o comparten o aparecen en su vida laboral.
Consciente de la
liviandad, de lo etéreo que resulta inicialmente su presencia en la vida
cotidiana de otras personas, su primer y permanente objetivo de trabajo será
construirse y proponerse como recurso vincular posible para ser partícipe de
una práctica social posible.
El tipo de relación
social dialógico-convivencial que lo guiará permanentemente en éste camino será
posible en tanto se corra del lugar del saber explicativo, del lugar de brindar
la respuesta en que está puesto. Y lo ponen asiduamente, tanto los
profesionales como quienes atraviesan situaciones problemáticas, porque es lo
mayormente conocido, el imaginario social históricamente construido,
actualmente hegemónico.
¿Esto qué significa? Que
siendo consciente del saber que posee fruto de su experiencia de vida,
aprendizajes construidos a partir de sus relaciones sociales y de su particular
práctica profesional, asumiendo tales saberes, deberá orientar su tarea a construir las preguntas necesarias como
“respuesta” a las situaciones problemáticas planteadas por quienes comparten su
práctica.
A los fines de que, con
las personas que trabaja, pueda profundizar el conocimiento de la realidad,
siempre compartida, la particularidad de la misma en la cual se hallan y la
singularidad vivencial que expresan los sujetos que las atraviesan.
Aquí es donde
inicialmente se juega nuestro poder
como profesionales, en la capacidad para
problematizar la realidad junto a
nuestros pares, hacerle preguntas a lo que nos sucede y hacemos a diario, a cómo
lo hacemos, por qué, para qué y con quienes, para construir la totalidad del ámbito de intervención.
Esto implica considerar
que el elemento central de trabajo, nuestro texto, es la situación singular y
particular de vida, expresada en la cotidianeidad de los sujetos, contextuada
histórica y espacialmente, en el contexto mayor de relaciones estructurales productoras
de la realidad actual y que nos construyen en ella como subjetividad, de la
cual como profesionales somos parte activa.
A los fines de advenir
junto al otro a la realidad compartida, mediante preguntas generadoras de re-conocimiento compartido, se podrá
revelar aquello de la vida cotidiana que los sujetos implicados estén
dispuestos a decir. Sólo lo que voluntariamente quieran expresar.
Siendo el material de
trabajo (el texto que posibilita nuestro trabajo), la palabra (lo dicho por las
personas) y lo gestual (siempre reconfirmado de alguna forma por los propios
sujetos, para no suponer o deducir erróneamente) de las personas implicadas,
será el diálogo en torno a la realidad de vivencia compartida, la que
posibilitará la formulación de cierto diagnóstico de situación particular,
siempre provisorio, así como el marco de
posibilidades de acción, respuestas y propuestas, siempre construidas
conjuntamente, y puestas en primera
persona de quienes encarnan la situación particular.
Esto será posible en tanto
el ámbito de intervención se signifique y nutra centralmente de las
características propias de la vida
cotidiana de las personas, expresada en sus saberes, intereses,
necesidades, capacidades, deseos, sueños, ilusiones, dificultades,
sufrimientos, donde el aspecto de la realidad preocupante o crítico para las
personas, pueda ser contextuado en términos de las posibilidades subjetivas
concretas que las mismas poseen.
Visualizar la dinámica de
resolución de la vida cotidiana, los vínculos generadores y desactivadores de
vida, las prácticas que le posibilitan tal resolución, las referencias y
anti-referencias que vive y sufre hasta el momento, que en su devenir histórico
como ser social, plasman su historia de
vida.
Poder conocer y
re-conocer desde las vivencias particulares, todos los que formamos parte de la
práctica social, nuestra política para
estar siendo en el mundo. Esto dará cuenta de la base material-subjetiva
con la cual construiremos la situación
popular de intervención, acontecimiento en torno del cual toma forma y
contenido nuestro ámbito de intervención.
A nuestro entender,
considerar centralmente relevante la dinámica de vida cotidiana de los sujetos
con los cuales trabajamos, que expresa su singularidad, la encarnadura de los
aspectos que hacen a su vida específica, es la llave que posibilita la
construcción de una práctica social de autoafirmación, en la perspectiva de
potenciar nuestra autodeterminación como pueblo.
Sin relevar este elemento
sustantivo para construir las situaciones de intervención, quedamos como
profesionales remitidos a un lugar lejano, no vinculante de las posibilidades
que los sujetos en concreto ya tienen, (puesto que construyen a diario), y
otras potencialmente posibles.
Así como tampoco quedar
implicados subjetivamente, renunciando a ser recurso vincular posible para las personas con las que trabajamos,
referidos a la situación particular que se nos plantea.
De forma abstracta y
abstraídos de la comprensión integral de la realidad, (distancia irreal, ya que
siempre estamos dentro de ésta), operaremos, no con él sino para o sobre el
“otro”, algún tipo de referencia, indicación, técnica o recurso que conocemos
por experiencias previas de aprendizaje, transformándonos en operadores de
recursos o habilitadores de dispositivos con dinámica propia, a la cual deberán
incorporarse los “necesitados” para poder “resolver” su situación.
En definitiva, ubicarnos
en operadores técnicos de “supuestas” respuestas, a la vez que nos brinda
cierta tranquilidad legitimadora del saber profesional, en tanto pone en acción
nuestro “poder dar respuesta”,
refuerza y legitima el imaginario
instituido, que por estar cargado de sentido disolvente del lazo social y
de las posibilidades de empoderarnos como pueblo, contradice nuestros deseos e
intereses.
¿Y entonces los recursos
conocidos por los profesionales que utilidad tienen? Sólo son posibles medios, herramientas
o material disponible, ajenos a la persona particular que atraviesa la
situación problemática, que para que cobren pertinencia y sentido en la
cotidianeidad de las personas, y por ende valgan la pena ser tenidos en cuenta
en la estrategia de intervención, deberán ser apropiados y re-apropiados por
parte de los sujetos que los solventamos a cotidiano.
Esto implica hacer jugar capacidades
instituyentes de las personas, hasta el momento ajenas a la materialidad
instituida de los dispositivos, para restituírnoslos como pueblo, instituyendo
otros funcionamientos y modalidades mediante prácticas de “tomar parte o ser
parte y sentirse parte” de los mismos.
Construyendo nuestra intervención territorial
Podemos afirmar
transitoriamente que la intervención consiste en inventar entre pares, seamos muchos, pocos o algunos, prácticas
sociales territorialmente situadas que nos brinden posibilidades para vivir
mejor, orientadas por el buen vivir ancestral.
Pero nunca se inventa
desde la nada, sino desde lo que hay, desde lo que existencialmente somos,
desde nuestros saberes, capacidades, deseos y voluntades que se configuran socialmente
y confluyen sinérgicamente, construyendo determinadas líneas de fuerza, de
poder, reconfortándonos en capacidad de
lucha por más y mejor vida grupal y colectiva.
Nuestro espacio de
intervención es el territorio, ese es nuestro marco referencial de trabajo,
nuestro espacio de acción profesional.
La institución desde la
cual estamos trabajando es un actor socio-político más, un dispositivo más
entre todos los existentes, que está dentro de nuestro espacio de intervención,
el territorio donde las personas con quienes trabajamos desarrollan su vida
cotidiana.
No es el dispositivo
institucional el que nos determina el marco de trabajo. Pero para que nos
permita desplegar nuestra propuesta, se hace necesario darnos una tarea como
profesionales. Esto es, potenciar el dispositivo en términos de que
crecientemente esté al servicio del territorio, que es el espacio de vida
cotidiana de las personas. Puesto que como profesional soy parte del territorio
en tanto trabajador de un dispositivo que debe estar o disponerse a su
servicio, y esa es la misión que tenemos para con la institución.
Aportar al fortalecimiento de la trama de
relaciones de poder comunitario presentes en el territorio, será el sentido de
nuestra práctica social. Lo cual implica que nuestra práctica social deberá
construirse con todos los dispositivos posibles y necesarios, sean
instituciones u organizaciones del territorio, en perspectiva de satisfactores
de las necesidades e intereses de las personas que lo habitan.
Puesto que buscamos
síntesis superadoras de las dificultades que se presentan a cotidiano, se torna
elemento distintivo de nuestro quehacer, el transitar, favorecer y fortalecer
los espacios, instancias, acontecimientos y actividades que festejan la vida y
nos potencian como personas.
Porque sólo se superan
las dificultades desde las capacidades que tenemos. Y crecemos en capacidad en
tanto generamos y aportamos a instancias reproductoras de más y mejor vida.
Así, nuestras posibilidades de trabajo se potencian
en tanto participamos de situaciones cotidianas festivas de la vida, que nos
permiten un mayor conocimiento y producción de condiciones y capacidades de
superación de las situaciones problemáticas que vivimos como pueblo.
En definitiva, se trata de
la construcción de un ámbito de intervención con perspectiva política, en el
espacio territorial del que participamos.
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