Ficha
de Cátedra N° III:
Construcción
de poder territorialmente organizado
Sergio A. Pires
Quienes
conformamos el pueblo como sujeto histórico visualizamos en nuestra vida
cotidiana valores propios de la cosmovisión ancestral comunitaria, significados
y modalidades de vida que nos afirman en nuestra pertenencia a la comunidad que
habitamos.
Modalidades
que nos hablan de relaciones sociales de respeto mutuo, complementariedad,
solidaridad, aprendizaje compartido, empoderamiento como sujetos en tanto
personas que junto a otros nos determinamos comunitariamente.
Expresión
de un tipo de relación social que vamos a denominar convivencial, en el
sentido de que el desarrollo de mi vida es posible sólo en tanto vida
compartida como par, con mis semejantes, compartiéndola con mis próximos, con
el prójimo, donde no hay lugar para la subordinación o dominación del otro,
porque ello quiebra mi pertenencia a la comunidad de vida deseada para ser
feliz.
Pero a su vez, por proceso de
socialización tenemos introyectados otros valores y modalidades de vida que
hacemos propios, que interiorizados operamos en el cotidiano, que expresan una
lógica de vida individual, que si bien puede proveernos de aparentes
satisfacciones, que puede hacernos sentir que “somos alguien”, que somos
“exitosos” y hasta “felices”; que devolviéndonos un falso reconocimiento de
ciertos pares, en código de lógica individual acumulativa, nos distancian de la
común-unidad a la que pertenecemos.
Esta lógica, por introyectada, hasta
la sentimos “propia”, y la actuamos cuando establecemos un tipo de relación
social de dominación, subordinación, imposición, que denominaremos opresiva.
Opresiva no sólo sobre nuestro par,
sino sobre nosotros mismos, en tanto nos impide, nos frustra y castra en
nuestras posibilidades de construcción de vida comunitaria, nuestro verdadero y
profundo deseo vital.
Estas prácticas opresivas, por ende
antipopulares, nos desactivan como sujeto pueblo, puesto que abonamos
consciente o inconscientemente a un proyecto político que nos niega como
pueblo, por responder a una lógica individual contracomunitaria.
¿Qué
queremos decir? Que como Pueblo avanzamos en nuestra conformación como sujeto
político, en tanto podemos poner en cuestionamiento y revisar, hacer consciente
dicha introyección, y modificar el tipo de relación opresiva cotidiana a otra
de signo convivencial, para afirmarnos desde valores comunitarios, plasmando un
proyecto de poder popular.
Entonces
se trata de re-conocer (volver a conocer) el mundo, actuar el mundo, estar
siendo en el mundo de determinada forma con determinados significados que nos
brindan sentido en tanto personas que expresamos y somos parte constructora de
la comunidad en la cual desplegamos nuestra vida.
¿Pero qué significa todo
esto? Que en ambos tipos de relación social, tanto en la opresiva como en la
convivencial, hay ejercicio de poder, ejercemos nuestro poder, como individuos, en lo grupal y colectivo.
Entendiendo inicialmente que
poder es la capacidad que tenemos para realizar algo, el mismo puede ser
ejercido, operado o ejecutado para oprimir, dominar, cercenar, limitar,
subordinar al otro, o bien puede ser ejercido como capacidad para potenciarnos,
enriquecernos humanamente, ayudarnos, autodeterminarnos, liberarnos.
La diferencia radica en que
mientras el primer signo objetualiza al otro, impone su voluntad individual a
sus semejantes, lo cual nos sustrae de nuestro carácter social básico,
cosificándonos de la misma forma, el segundo nos empodera como personas, grupo
y colectivo popular, puesto que revierte la dinámica de ejercicio de poder
opresivo instituido desde la lógica contracomunitaria, y nos permite
transformar la realidad en tanto transformamos las relaciones sociales que
guían nuestra vida.
Mientras la primera honra la
mísera voluntad de imposición al otro, reforzando la modalidad de relación
excluyente y de mera “utilización”, la miseria humana; la segunda honra la
vida, en tanto crecimiento social, ejecutora de la libertad comunitaria,
dignificante de nuestro género.
En definitiva, se trata de
una elección vital, de cómo vivir, cómo relacionarnos con nuestros congéneres,
movidos por qué valores, construyendo nuestra identidad como personas, abonando
diferentes proyectos políticos desde nuestro gesto cotidiano.
Elección vital por la
construcción y fortalecimiento o por la transformación del sistema-modo de
relaciones sociales subordinantes, opresivas y excluyentes instituido, no
elegido ni deseado por nosotros en nuestra intimidad, puesto que nos distancia
de nuestra comunidad y nos hace infelices, empobreciéndonos como género humano.
Elección
también de pertenecer o no pertenecer al pueblo como sujeto colectivo que va
haciendo su historia, plasmando su deseo en un proyecto político popular. Es
una decisión que tomamos a diario en lo individual y se plasma en prácticas,
que construyen la realidad social.
Hasta aquí lo que sucede con
nosotros como pueblo, a nuestro interior y en nuestra interioridad, en
diferentes situaciones y acontecimientos a la luz de los cuales debemos
analizarnos en torno al tipo de relación social que establecemos a cotidiano.
Pero, ¿y el Antipueblo, qué?
Las minorías sociales que lo
expresan no tienen introyectado al opresor como nosotros, sino que encarnan al
opresor, puesto que han renunciado y renuncian a ser parte del pueblo, en
virtud de continuar beneficiándose de la lógica acumulativa. Segregados por su
voluntad de la propia comunidad, gozan vitalmente de sus privilegios, obtenidos
a costa de los demás, de un status social que se mantiene y alimenta del
ejercicio de un poder subordinador opresivo.
Pero lo llamativo de todo
esto, en términos de relaciones de poder entre Pueblo y Antipueblo, es que la
preponderancia y hegemonía de un tipo de relación social individual opresiva,
que se materializa en instituciones acordes, sólo es posible en tanto y en
cuanto nosotros, como personas del pueblo, reproducimos tales matrices de poder
que expresan la miseria humana.
De esta forma, el
sistema-modo institucional y cotidiano de vida del tipo individual
contracomunitario, se sostiene y alimenta en el tiempo porque a nivel popular
tiene su reproducción cotidiana, cuenta con nuestro beneplácito consciente o
inconsciente que refuerza tal imaginario, ya que está “hecho carne” en nuestras
actitudes opresivas cotidianas de ejercicio del poder como individuos.
A su vez, tampoco nos
afirmamos como sujeto pueblo por estar en contra del Antipueblo, puesto que no
hay proyecto político que pueda construirse afirmativamente en contra de un
sector social, sino que nos afirmamos políticamente sólo si podemos construir
relaciones sociales convivenciales, crecientemente incluyentes, subjetivadoras
de nuestros pares, dialógicas e igualitarias.
Relaciones que en tanto se
materializan e institucionalizan en prácticas organizadas en torno a tales valores,
necesariamente generan resistencias no sólo en el Antipueblo, sino en personas
de nuestro pueblo que cotidianamente eligen, por diversas causas, abonar tales
principios individuales contracomunitarios.
Resistencias que se expresan
en luchas, en pugnas, porque tal sector se siente agredido en sus privilegios,
“valores” y modalidad de “vida”.
Aquí entonces el poder del
pueblo, poder popular como capacidad de lucha por la vida,
estableciendo relaciones convivenciales que expresadas en organizaciones de la
vida cotidiana posibilitan nuestra creciente autodeterminación como sujeto
político.
Encarnadas en prácticas que no tienen
que ver con la sustitución de personas, sino con el cambio de contenido de las
mismas, que expresan necesariamente nuevas formas y modalidades de ejercicio
del poder, ancladas en valores ancestrales que nos empoderan, nutriéndose de la
historia de luchas liberadoras del sujeto.
Nuevamente
el poder como capacidad para hacer, transformar y construir. Poder como
capacidad para realizarnos con el otro, en un nosotros latiendo en el deseo de
una comunidad para todos.
Pero
el poder convivencial ejercido individualmente, si bien es condición necesaria
para plasmar una modalidad de construcción colectiva, no puede relegarse al
plano de las posibilidades y capacidades individuales, porque ello sería
condenarlo al fracaso en la necesaria transformación de la realidad. El mismo
sólo puede entenderse en tanto tal poder convivencial se organiza,
se materializa en organizaciones libres del pueblo que trabajan en el
territorio donde viven y resuelven la vida cotidiana las personas que las
conforman.
Organizaciones
que en su funcionamiento expresan valores, creencias, sentires y prácticas de
vida comunitaria.
Donde
sus integrantes tienen participación activa, como sujetos parte de las
mismas, que asumen y toman las decisiones, se hacen cargo de su vida, a través
del diálogo fraterno constructor de identidades, renovadas por relaciones de poder
convivencial, de vida compartida. Dicho en lenguaje coloquial, la unión
hace la fuerza, la primera posibilita a segunda, unión sólo posible en relación
entre pares.
Organizaciones
situadas en un territorio determinado, entendido éste como el entramado de
organizaciones e instituciones con las cuales y en las cuales resuelven su vida
cotidiana las personas que habitan en él. Indica el desde dónde, desde qué
suelo habitado por nuestro pueblo construimos poder, por ende poder territorial
organizado.
Organizaciones
que producen acciones colectivas de mejor vida, que en creciente articulación,
complementariedad y mutua necesariedad e interdependencia pueden configurar un
proyecto de poder popular.
Que
debemos entenderlas como actores político sociales que inciden en la
realidad transformándola con una subjetividad de nuevo tipo, plasmada en
prácticas comunitarias. Y que el grado de incidencia depende de su ejercicio
del poder en tanto capacidad de articulación con otros actores político
sociales en torno a sentires, deseos e intereses comunes que dan respuestas a
las necesidades de la vida cotidiana y construyen nuevos escenarios donde se
crean y recrean prácticas subjetivas igualitarias, justas y libertarias.
Que
construyen crecientes posibilidades de autodeterminación, entendiendo esto como
la capacidad de decidir cómo queremos vivir, de materializar nuestros intereses
y deseos comunes, haciéndonos cargo de nuestra vida común, apropiándonos de los
medios para empoderarnos como personas pertenecientes a nuestra comunidad.
Ejercicio
del poder convivencial para autodeterminarnos, lo cual exige para su
construcción la necesaria correspondencia entre medios y fines. Esto significa
que si mi objetivo es la transformación de la sociedad en términos de justicia
y libertad, los medios utilizados en la organización a la cual pertenecemos, el
tipo de relación social construida como tal, deberá ser coherente con tales
fines.
Por
ende, no hay lugar para prácticas que expresen relaciones sociales cotidianas
opresivas, despotenciadoras y utilitarias para poder llegar a los fines deseados.
Nos contradiríamos en nuestras acciones concretas con los objetivos
comunitarios a los que aspiramos, lo cual socavaría los cimientos de cualquier
tipo de construcción de la voluntad popular en términos políticos, de
transformación de la realidad opresiva que deseamos cambiar.
Así,
tal correspondencia entre medios y fines se torna elemento central en la
construcción de coherencia política, en la construcción de nueva
subjetividad, condición para poder afirmarnos en el proyecto de poder deseado.
Y
ésta es una tensión permanente, es la lucha por la coherencia, necesaria
para desarrollarnos en sentido colectivo. Tensión porque la tentación del
ejercicio de poder individual excluyente de mis pares, que está latente en cada
uno de nosotros, por tener introyectada la lógica contracomunitaria, se
contradice con nuestros deseos de construcción de poder colectivo y con nuestra
afirmación como sujeto pueblo.
En
ocasiones podemos percibir que mi capacidad de poder individual se acrecienta
al imponer mis condiciones. Que puedo imponerme al otro por condiciones
materiales concretas, pero mediadas por una relación de tipo opresiva.
Expresada en ideas y actitudes dogmatizadas que no incorporan la otra visión
probable, que no hacen lugar a la subjetividad de mi par, sino que pretende
imponerse. Lo cual no es más que la lógica democrática burguesa, donde algunos
mandan y otros obedecen, violentando el principio básico de mandar obedeciendo.
Esto
es asumir mis responsabilidades de ejercicio del poder que serán legítimas en
tanto son fruto de una relación convivencial y por ende nos expresan como
colectivo organizado. Desplegar mi máxima capacidad para aportar al logro de
los deseos del conjunto del cual formo parte y al cual me debo.
Construcción
que requiere para su materialización asumir la responsabilidad del ejercicio
del poder teniendo siempre presente que debo expresar la voluntad de la
organización a la cual pertenezco, en coherencia con los deseos y sentires
compartidos, lo cual legitima mis acciones, puesto que las mismas no dicen sólo
de mí como expresión particular de la organización, sino que expreso a la
organización en su conjunto, cuando son fruto de decisiones compartidas con
todos los que formamos parte de la misma, dentro de una relación convivencial y
dialógica que posibilita la construcción de confianza, donde todos somos
sujetos que nos empoderamos colectivamente. Y no hay posibilidad de organizarnos como grupo de
personas si hay una lógica utilitaria de relación entre nosotros.
Construcción
de confianza que nos remite a una construcción vincular subjetiva sin la cual
no hay posibilidades de construcción de ningún tipo. Nada se construye con
desconfianza de nuestros pares. Y es la confianza que los demás nos otorgan la
que nos reconoce humanamente en nuestras capacidades, y por ende nos empodera
para asumir responsabilidades individuales atadas al sentido colectivo. Lo que
nos fortalece por sentirnos enlazados socialmente, reconocidos en nuestras
acciones, porque reconocemos a los demás como co-constructores de nuestro sueño
colectivo.
Esto
es lo que nos brinda mayor poder como comunidad que como ser individual en la
vida cotidiana, en relación a ser feliz por los sentires comunes.
Felicidad
que no puede ser posible a costa de la felicidad del otro, porque la misma no
sería de carácter comunitario, sino de corte individual. Que se hace posible en
tanto el otro es feliz conmigo, luchamos por ser felices en comunión, fruto de
la experiencia de la convivencialidad.
Donde
mi interioridad siempre se remueve porque es, crece y se desarrolla junto a la
vida de los demás, cuando la grupalidad es el elemento potenciador de
capacidades, y nuestro poder radica en la realización vital junto al otro para
la resolución de la vida cotidiana.
En
síntesis, organizaciones territoriales del pueblo, sujeto colectivo que se va
constituyendo en sujeto político, en tanto acrecienta su poder como capacidad
de autodeterminación, elemento clave del poder que entendemos
popular.
Sabiendo
que no hay transformación social sin construcción de poder político.
Se trata de un tipo de poder materializado en organización política, donde la
dimensión territorial nos parece clave para la construcción de la
cotidianeidad.
Poder
organizado en una territorialidad tejida por las relaciones activas de las
organizaciones que operan en ese territorio. Organizaciones propias del
territorio donde residen las personas que comparten un espacio común, el lugar
donde desarrollan su cotidianeidad.
Un estar siendo desde mi lugar en el
mundo, con convicciones profundamente comunitarias que se juegan en sus medios
de concreción. Un estar siendo que permite tejer con nuestros pares un sentido
consecuente con las ideas y deseos materializados en acciones.
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