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Ficha de Cátedra N° I: "Cosmovisión ancestral comunitaria y lógica individual contra-comunitaria"


Ficha de Cátedra Nº I:
Cosmovisión ancestral comunitaria y lógica individual contra-comunitaria
Sergio A. Pires

Cosmovisión ancestral comunitaria.

Esta concepción vital de estar siendo en el mundo se enraíza en una forma de vida no capitalista, donde las personas no se conciben como individuos aislados, sino que la percepción de uno mismo es en relación con los demás. Es decir una concepción que tiene plena conciencia de que uno se construye con el otro mediante sus relaciones sociales cotidianas.
Para intentar adentrarnos en esta concepción, no se puede desligar al hombre de su tierra. No es el hombre que simplemente está en el mundo, sino hombres que están con el mundo y con los otros. El mundo, la tierra, se conforma como un elemento central de la existencia. Pues la Pacha[1] fue el elemento organizador de nuestra vida. Y cuando digo nuestra, expreso a los pueblos originarios de Latinoamérica desde una procedencia histórica.
Este elemento central, constitutivo de esta concepción se manifiesta a través de la expresión Madre Tierra. ¿Por qué nuestros ancestros la denominaban Madre? La respuesta es sencilla. Era ella quien proveía de todo lo necesario para que todos sus nacidos puedan resolver la vida cotidiana.  De allí la significación de madre, como aquel ser que nutre nuestra vida, que nos alimenta, que nos cobija y que también nos conforma como personas que somos. Que se nos brinda a todos por igual, que no nos pertenece sino al que nosotros pertenecemos, siendo elemento organizador de nuestra vida cotidiana.
Vida cotidiana resuelta comunitariamente entre los hombres en su hábitat, medio, geografía, es decir suelo[2]. Un hombre conectado con su tierra, no “con los pies en la tierra” , como dice la expresión haciendo lugar a un hombre centrado y “bien parado en el mundo”. Sino un hombre que se afirma desde su suelo, que crece desde allí, desde su raíz, sostenido con los otros.
Entonces podríamos animarnos a esbozar que la Madre Tierra es en torno a la cual nos des-enrollamos como personas desde un suelo. Esta noción de hombre situado en un suelo expresa el arraigo de la comunidad de personas que lo habitan. Esta ligazón necesaria para la vida, se plasma en una cotidianeidad compartida en torno a un suelo común, el que nos brinda nuestro necesario arraigo.
Arraigo que fortalece identitariamente el sentimiento de pertenencia a la propia comunidad.
Por ende, hablamos de comunidad arraigada mediada por una organización de la vida cotidiana. Esta necesidad que plantea Kusch, haciendo referencia a la necesidad de ese arraigo que toda cultura debe tener en los momentos críticos “uno recurre a ello para arraigarse y sentir que está con una parte de su ser prendido al suelo.”[3] El suelo como “lugar” donde acontece lo humano, en medio si de un paisaje, tiempo y símbolos. Entonces suelo también como “domicilio en el mundo”, (domos: lugar) que nos brinda a los nacidos un horizonte simbólico, los símbolos para vivir cotidianamente.
Significa el “desde donde” una comunidad construye su vida cotidiana en torno a elementos organizadores que nos afirman identitariamente como pueblo.
Esta cosmovisión, que pervive en nuestra intimidad como necesidad vital fue negada y ocultada a través de los siglos, producto de un proceso de dominación colonial.
La idea del hombre aislado en contraposición al hombre como ser social, fue la definición que Europa, el Imperio, utilizó para la dominación, ya que a un hombre que se comprende situado no se le puede imponer una modalidad de vida ajena a la del propio suelo. Para lograrlo es necesario construir un andamiaje funcional a intereses coloniales que trastoquen el fondo de significado de la vida, perdiendo así el propio sentido.
En nuestra cosmovisión, mi felicidad no es posible a costa de mis semejantes, o individualmente, sino junto a ellos, con ellos. En otros términos, nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.
Por esto, hablamos de una visión del mundo, que se concibe crecientemente incluyente, cuyo componente ancestral deviene de considerar a la Madre Tierra como aquella que nutre a todos por igual. Así, no tiene lugar la infelicidad del otro en mi propia realización.
Otro elemento central de la misma es la libertad. La libertad mía no termina donde empieza la libertad del otro, fundamento de origen imperial, que refuerza la definición de hombre aislado. Todo lo contrario. Desde ésta, la libertad individual sólo puede entenderse en dimensión comunitaria, como comunidad libre, puesto que necesito de la libertad de todos para ser efectivamente libre. Y la libertad es un estado de situación que permanentemente se construye con los demás. Por ende siempre es colectiva.
Esta cosmovisión es la que nos pertenece ancestralmente como pueblo, porque es su fundamento de origen. Pueblo entendido como comunidad de origen y destino, de sentido y trascendencia, mediado por un proyecto político popular que lo expresa como tal[4].
La trascendencia, para esta percepción vital, radica en la fe en que la propia descendencia podrá hacer más habitable el mundo, más justo e incluyente, desplegando nuestra mayor libertad posible. Seguir des-enrollándonos desde el propio centro vital, el arraigo. Un mejor vivir que lo que yo pude en el tiempo espacio que me tocó vivir, que lleva implícita una modalidad germinal, de crecimiento comunitario, que nos refiere a la lucha por el “buen vivir”.
Otro de los elementos ancestrales claves a tener en cuenta es que percibe la realidad como acontecer, en términos de acontecimientos, en movimiento y cambio permanente. Uno siempre es uno y las circunstancias, con plena conciencia de su finitud y pequeñez humana, de su lugar dialogante con la Madre Tierra, perteneciente y dependiente de ella. 
Así, la realidad se nos presenta como una unidad de opuestos, que puede tornarse favorable o desfavorable, “fasto-nefasto” donde transita la vida, y así “vamos tirando semillas a ver si fructifica” nuestro deseo cotidiano[5]. Pero en el fondo de nuestra humanidad sabemos que no depende enteramente de nuestra voluntad el fruto, puesto que el azar, lo que acontecerá momentos después es desconocido por nosotros.
Entonces pareciera que la naturaleza tiene vida, que se mueve independientemente de nuestros designios, que no la dominamos. Y necesitamos animarla, darle ánima, vida propia, para dialogar y convivir con ella.
Caminamos con la certeza de que la suma de nuestras acciones no darán por resultado trocar la vida en favorable, sino que son apuestas a lograrlo. Asumidos en nuestra pequeñez, puestos a transitar el miedo de vivir en este mundo, nos movemos por actos de fe, de hacer lo posible para lograr lo deseado, sabiendo que puede no alcanzarse. Sabiendo que no dominamos la situación para lograrlo, sino que somos parte constitutiva de esa situación, alguien más en ella, no su hacedor pleno de poder dominante de la realidad.
En este sentido, el elemento tiempo es percibido como tiempo de crecimiento, de realización, círculo vital de nacimiento, desarrollo y muerte, que perdura tras nuestra desaparición física en la memoria colectiva de nuestras acciones en pos de la realización del género humano.
Y en este “hacer lo posible” en el plano individual experimentamos que tenemos mayores posibilidades de acción en tanto nos pensamos, creemos, sentimos y actuamos con los demás, en colectivo. Sentimos que mientras sólo con nuestra acción individual somos impotentes, nos potenciamos, nos empoderamos humanamente en tanto actuamos colectivamente, movidos por la pertenencia a nuestra comunidad de vida.
Acciones que se materializan creyendo con nuestros semejantes, en la posibilidad de vivir mejor, haciendo lo que está en nuestras manos hacer, asumiendo la responsabilidad, entendiendo por esto responder por nuestros propios actos.
Creer en nuestros pares humanos, en los misterios de la experiencia humana, y sólo perder la fe en el semejante cuando nos defrauda en su confianza.
Así, transitamos el miedo de vivir abrazados a un puñado de certezas, que se refuerzan en tanto son sentidas comunitariamente válidas para el camino de la vida.
Un andar en el mundo desde un propio centro, el arraigo, que nos brinda el marco simbólico mediado por nuestra trama vincular, lo cual nos afirma en el estar siendo persona, sostenidos por la comunidad de pertenencia.


Lógica individual contra-comunitaria

Esta visión del hombre y del mundo, que conlleva determinado proyecto político de vida, modalidad de vida, la denominamos lógica, por ser hija de la absolutización de la razón, en detrimento de nuestras creencias y sentires que complementariamente nos moldean en la acción, rompiendo así la integralidad del ser humano.
Por lo tanto, no se puede considerar cosmovisión, en tanto percepción vital de estar siendo en el mundo, sino como lógica explicativa de una concepción del ser humano. Soy sólo en la medida del concepto racional que me explica.
Así, nos habla de un ser humano de definición planetaria, sin arraigo en ningún suelo, ciudadano del mundo. Un Ser, sin un centro propio, que en el mejor de los casos anda por el mundo en búsqueda de su centro. Por eso esta lógica es tributaria de una concepción de hombre abstraído de su geografía, de su suelo, de su domicilio en el mundo.
Esta definición, de lo humano globalizado mundial, es condición que permite articular una concepción hegemónica de hombre, fundamentalmente eurocéntrica, indicando una determinada forma de vida, expresada en valores, instituciones y conductas que determinan cierta modalidad de vida, excluyendo cualquier otra que no respete tales pilares.
Esta lógica se define como individual, ya que concibe que el hombre se construye a sí mismo, secundarizando la necesidad de nuestros pares, la necesidad de una pertenencia comunitaria. Por ello la construcción histórica del hombre aislado que referimos anteriormente.
A diferencia de nuestra cosmovisión comunitaria, construída por los hombres en relación, esta lógica se impuso como política imperial por medio de un proceso de enculturación capitalista, desactivando la verdad de perogrullo de que el hombre es un ser social desde que nace, necesitado y necesitante del otro para poder vivir.
El germen de ésta perspectiva que denominamos contra-comunitaria es la innecesariedad del otro como persona, convenciendo – imponiendo una determinada modalidad de vida, objetivo final de la lógica imperial. Lleva tácita la renuncia a la necesidad de los demás, perdiendo así la visión de comunidad humana.
¿Pero en qué consiste esta modalidad de vida?. En la ilusión del “ser alguien”, lograble por esfuerzo propio, aún a costa de la comunidad, a los fines de adquirir valor social como persona, en tanto portador de un saber, en la búsqueda de un reconocimiento “ante otros” como afirmación del propio ser.
Reconocimiento ante otros que saben, que “son alguien”, investidos de poder, que han sobresalido en la vida, porque pudieron juntar los bienes que lo hacen un “hombre de bien”. Decimos “hombre de bien” por la posesión de bienes para ser alguien. Acepción que habitualmente se homologa a “buen hombre”, que le asigna a una persona un valor humano revestido de positividad.  Homologando así la posesión de bienes al buen vivir, al vivir bien.
Reconocimiento humano trocado ya en términos de bienes, saberes, posesiones, poder, fruto del ser alguien. Poder que le otorga jerarquía, status social, haciendo aparecer más cercana la afirmación de su ser sin necesidad de la pertenencia comunitaria.
Ilusión finalmente cuando percibe que pasó su vida luchando para ser alguien, sin saber quién es, en tanto ha perdido el sentido comunitario de su vida, en términos de realización colectiva como pueblo.
¿Y en qué se estructura esta concepción que llamamos individual contra-comunitaria? En dos elementos fundamentales: la propiedad privada y la reificación del mercado de consumo como resolutor de todas las necesidades humanas. Elementos ahora devenidos en valores fundantes de la humanidad, que internalizados[6]  transforman nuestra modalidad de vida cotidiana.
Entonces, el otro es alguien con quien intercambiar para el alcance de mis objetivos, transformando la relación social en contraprestación.
Mientras latía en nosotros la modalidad de vida comunitaria, el otro era un par con el cual resolvíamos nuestras necesidades colectivas.
Al imponerse esta modalidad de vida, el otro queda reducido a un simple medio para satisfacer mis propias necesidades individuales, reducido a un costo, objetualizado y cosificado.
Esto rompe la noción comunitaria del ser, puesto que en este marco necesito subordinar los deseos e intereses del otro a los propios, para afirmarme a mí mismo. ¿Pero de qué afirmación estamos hablando? De aquella que cumple a pie juntillas al paradigma del hombre lobo del hombre (Hobbes), del cual debo resguardarme como alguien que atenta contra mis intereses. Esto modifica nuestra base comunitaria de mutua necesidad para efectivizar mis intereses y deseos, comunes a los demás.
Su fundamento radica en el principio de causación individual, puesto que es responsabilidad del individuo haberse esforzado lo suficiente para lograr lo que quiere para sí, para lograr ser alguien, soslayando las condiciones materiales de existencia, que determinan las posibilidades de ese “triunfo”.
El componente trascendental de esta concepción es el éxito, ya que se trata de un esfuerzo individual. Soy alguien en el mundo, soy reconocido por los demás.
La causa del éxito o fracaso del ser alguien está puesta en la fe en sí mismo y en su técnica. La vida deviene en carrera donde uno se debe esforzar para alcanzar una meta.
El sentido de esta existencia es la planificación del éxito en mi logro individual. Un “vivir para trabajar”. Trabajo aquí entendido con una connotación degradante de su esencia creadora, reducido a la venta de nuestra fuerza de trabajo a cambio de un sueldo, para comprar lo necesario para satisfacer nuestras necesidades en el mercado de bienes y servicios. En definitiva, vivir haciendo lo que no deseamos, que hacemos obligados para “ser alguien”.
La felicidad se transforma en el cartel de llegada al final de la carrera. Entonces, la felicidad está desplazada de la propia persona, puesta en el alcance del objetivo planificado.
Así, transcurrimos nuestra vida planificando el éxito. Incorporando técnicas y saberes para estar en mejores condiciones para ganar la carrera. Con los cuales pretendemos afirmarnos en términos de “ser alguien”. Así somos licenciados, doctores, etc., sin mirarnos a nosotros mismos. Saberes que no requieren necesariamente de la remoción de nuestra intimidad para la resolución de conflictos cotidianos.
Al removernos en nuestra intimidad, en la búsqueda de una solución, algo de mí se pone en juego. No soy el mismo luego de tal resolución. En cambio, cuando se deposita  en la aplicación de determinada técnica la posibilidad de solución, el saber es objetivo al margen del sujeto y se transforma en una aplicación indicativa o sugerencia performativa, aplicada a una realidad absolutamente objetualizada.
Si bien ambas visiones poseen saberes, su diferencia radica en que para la ancestral, lo principal está puesto en el “algo” que dice el sujeto, el significado que esgrime, el fondo. Mientras que para ésta lógica, lo central es la aplicación misma de la técnica, el “como”, su forma, su operatoria.
En términos de Hinkelammert, es una lógica instrumental medio – fin, que perdió de vista el sentido reproductivo de la vida[7].
Esta postura se funda en la falsa concepción del hombre como “rey de la naturaleza”. Su reinado radica en el dominio, uso y transformación de la naturaleza en beneficio personal, donde todo medio es un fin en sí mismo, abonando determinados cánones de desarrollo humano, acordes a tal modalidad de vida desde la definición de hombre antes dicha. La naturaleza es un mero recurso, un medio de producción de objetos de la cual se extrae todo lo que se puede, expresando su forma depredadora. No es ya el ámbito con el cual convivimos, el hábitat que nos permite reproducir la vida.
Su falsedad se explica en que los hombres somos parte de la naturaleza, no podemos existir al margen de la misma, no podemos entendernos ajenos a ella.
Internalizada por nosotros la lógica individual contra-comunitaria, perdemos de vista estas verdades obvias. Vemos el árbol, sin ver el bosque. Nos vemos sólo a nosotros mismos sin darnos cuenta que somos un árbol dentro del bosque.
En tanto es considerada como medio de producción, la naturaleza es apropiada privadamente, perdiendo su esencia de propiedad común de todos los nacidos de ella.
Esto permite un uso individual, desligado del interés común que la naturaleza impone.
No se trata de que cuidemos el “medio ambiente”, porque ello la sitúa nuevamente como un medio para producir. Sino que se trata de ser en el propio hábitat, desde el propio arraigo que nos brinda nuestra geografía, nuestro suelo.
La pertenencia a la comunidad se pierde en la aventura de “ser alguien”, porque desconoce el elemento constitutivo de sí mismo, el arraigo. Una lógica ancestral desde donde podemos pensarnos a nosotros mismos, frente a una lógica individual que lo impide, que tabica  permanentemente esa posibilidad. La institucionalidad “natural” de la propiedad privada como eje estructurante de ésta lógica, no solamente trastoca la idea de hábitat, sino también la noción de tiempo que transcurrimos en él.
Esta modalidad de vida nos arroja una idea de tiempo específica.  Su raíz se encuentra des- significando al tiempo como crecimiento ligándolo a la producción.
¿Que queremos decir con esto? El tiempo válido es sólo el tiempo productivo, el que se emplea en esa carrera por conseguir los objetivos individuales.
Lo que no es productivo es pérdida de tiempo. Es decir el mero estar, disfrutando de ese estar, es lo que usual y despectivamente se denomina “vagancia”. El ser, sin su componente productivo pareciera que deja de ser. Y decimos que “se deja estar” al no hacer nada productivo, significando negativamente cualquier manifestación no entendida productiva por la lógica hegemónica.
El tiempo entendido como esa sucesión de acciones que nos permite incorporar armaduras para la vida, que se miden en bienes, saberes, títulos.  Ya no el tiempo ligado al disfrute de la vida. Un tiempo de crecimiento, de realización, de contemplación, tiempo donde no persigo un objetivo. Tiempo en tanto crecimiento germinal, donde nos vamos des enrollando desde nuestro suelo, como personas en comunidad.
Esta lógica nos hace creer que la propiedad privada es nuestro reaseguro de vida. Así acumulamos y seguimos acumulando para proteger lo conseguido, en una carrera en la cual nos generamos obligaciones dinerarias, tiempos netamente productivos cada vez mayores para cuidar lo conseguido.
¿Para protegerlos del arrebato de quienes? De aquellos desalojados de la comunidad de bienes, en tanto el mercado asumió el rol organizador y distribuidor de bienes necesarios para la vida, desalojándolos de la comunidad.
Desandando este concepto, es la propiedad común y no la acumulación de propiedades, el mayor reaseguro de nuestro existir. Puesto que nos brinda mayor poder como comunidad, verdadera afirmación individual.
Es lo que nos empodera como personas, porque me es posible la vida en tanto me siento perteneciente a la comunidad. Así, soy alguien que pertenezco a la misma.
Y porque pertenezco a mi comunidad, la propiedad tiene sentido en tanto nos pertenece a todos. No es ya la defensa de la propiedad individual ante mi semejante, sino que lo que está en juego es la defensa colectiva de lo que nos pertenece a todos, cuando está amenazada.
Y está amenazada por la noción de apropiación individual legitimada desde las leyes que redactan los poseedores de los bienes, los “hombres de bien”, la que pone en riesgo lo elemental que necesitamos para poder vivir. Que todos poseamos lo necesario para des-enrollarnos vitalmente.
 El involucramiento comunitario está dado por una noción de propiedad social, comunitaria, subordinada a la dimensión existencial que me da sentido y trascendencia. Puedo ser en tanto soy en comunidad. Y esta es una decisión política de cada uno de nosotros en la intimidad, en la elección de un proyecto de vida que aporte a la reconstrucción de la lógica de vida ancestral comunitaria, inventando y reinventando las formas en torno a los símbolos que nos unen como identidad pueblo, desde el propio suelo que nos brinda el horizonte simbólico que nos permita construir la vida feliz que deseamos.
¿Pero que sucede? Que la lógica hegemónica la tenemos internalizada por socialización, y es la que estructura un sistema de relaciones, que se materializa en un tipo de institucionalidad, que nos organiza la vida.
Y digo que nos organiza la vida, porque la vida no la organizamos nosotros como deseamos, sino que se nos impone para ser vivida abonando valores contra-comunitarios ajenos a nuestros deseos y sueños de vida en común. Y esto nos incapacita en términos de autodeterminación como pueblo.
Sabiendo que la lógica individual tiene como unidad de realización el individuo castrado en su estar siendo como sujeto colectivo, el sentido político de un proyecto popular ancestral comunitario es la resolución de la vida cotidiana en relación al ser feliz. Felicidad construida en torno a sentires comunes, que construyen nuestro sentido colectivo.



Bibliografía Citada:

·         Freire, Paulo: Pedagogía del oprimido. 3ra ed., Buenos Aires, Siglo xxi Editores. 2008.

·         Hinkelammert, Franz: El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido.  Editorial Casa de las Américas. La Habana. Cuba. 2003

·         Kusch, Rodolfo, Geocultura del hombre Americano – Editorial García Cambeiro. Buenos Aires. Año 1976







[1] Pachamama, en la lengua aymará y quechua expresa Madre tierra, “pacha” significa tierra y “mama” madre. A su vez para el pueblo inca “pacha” significa tiempo y espacio.
[2] Nótese cuan importante es el suelo desde la identidad por ejemplo de uno de los Pueblos Originarios como ser el Mapuche en el cual, su nombre esta conformado por dos palabras “mapu” que significa tierra país, lugar; y “che” hace referencia a gente. Por lo tanto su nombre como pueblo gente de la tierra.
[3] Kusch, Rodolfo, Geocultura del hombre Americano – Editorial García Cambeiro. Buenos Aires. Año 1976
[4] Este concepto, por su complejidad, requiere un desarrollo y análisis más profundo que supera las posibilidades de hacerlo aquí.

[5]Kusch, Rodolfo: Geocultura del hombre americano – Editorial García Cambeiro. Buenos Aires. 1976.
[6] En términos de Freire “…en la invasión cultural, es importante que los invadidos vean su realidad con la óptica de los invasores y no con la suya propia…” en Freire, Paulo: Pedagogía del oprimido. 3ra ed., Buenos Aires, Siglo xxi Editores. 2008.
[7] Hinkelammert, Franz: El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido.  Editorial Casa de las Américas. La Habana. Cuba. 2003