Ficha de Cátedra N° II:
Pueblo situado, de
sujeto histórico a sujeto político
Sergio A. Pires
Comenzaremos
estas líneas tratando de caracterizar sin intención de esquematizar, al Pueblo
como sujeto político, en su lucha por la autodeterminación.
Inicialmente
podemos decir que como sujeto colectivo, el Pueblo se reconoce en un mismo origen, una historia y memoria compartida, y se proyecta a un destino
común, siempre mediado por un Proyecto político comunitario.
Pueblo,
entendiéndolo como comunidad nos remite etimológicamente a unidad común, con un
sentido de pertenencia colectiva, trascendente de la propia vida material, en
la cual nos reconocemos igual al otro, como par, lo que nos constituye como
sujeto colectivo.
Se
materializa en tanto procesos personales de mutua identificación de los sujetos
que lo conformamos, en términos de valores, concepciones de vida, modalidad de
resolución de la vida cotidiana, en definitiva, de cultura, entendida ésta
“como domicilio en el mundo”.[1]
Identidad signada por nuestro
carácter de trabajador, en tanto eje transversal de la cultura, que a lo largo
de la historia va conformando y transformando su identidad.
Su
proyección como destino común está ligada a su trascendencia.
Trascendencia necesaria, que por plena conciencia de la finitud de su existir,
se hace imposible de efectivizar desde el plano meramente personal,
proyectándose en el sujeto colectivo que conformamos como pueblo.
A
su vez, no podemos soslayar su carácter de sujeto histórico, puesto que
nos construimos históricamente en procesos políticos que se materializan en
determinados territorios que habitamos.
Esto
nos impone un nuevo elemento, su dimensión geográfica, de espacio, ya que
deberemos hablar de pueblo situado, que desarrolla su vida cotidiana en
un suelo o geografía determinada. A esto nos referimos cuando hablamos de
domicilio en el mundo.
Y
mediado por el elemento tiempo, que expresa determinado estado de situación,
producto de la relación de fuerzas existente entre proyectos políticos, siempre
encarnados en personas, proyectos que pugnan entre sí para imponerse y
materializarse en determinadas prácticas que los expresa como tal, tanto en la
vida cotidiana como institucionalmente.
Lejos
de objetivar al Pueblo, hablamos de un sujeto en construcción, construyendo
un proyecto común. Proyecto que permite afianzar al pueblo como sujeto
colectivo que se va constituyendo como tal, en tanto sujeto político,
con capacidad de autodeterminación.
El
carácter político de tal afirmación, su sentido dinámico y en construcción como
sujeto político, no acepta definiciones ni caracterizaciones, pues ello sería
reducirlo a una cosa. Y al cosificarlo le sustraemos su carácter histórico e
historizante, le sustraemos la vida misma.
Corremos
el riesgo de verlo como un todo monolítico, o una ilusión semántica, cuando el
mismo es expresión de sentidos, visiones y modalidades de construcción política
en pugna, que alberga en su seno contradicciones, diferencias, acuerdos y unas
pocas certezas.
La
existencia del pueblo como sujeto histórico es posible en tanto y en cuanto su práctica
colectiva lo afirma como sujeto político, en el despliegue de un proyecto
de poder que posibilita la creciente
concreción del destino deseado comunitariamente.
Su
desarrollo como sujeto histórico está ligado al despliegue y construcción de un
proyecto político que lo exprese en sus necesidades, deseos e intereses
comunes, sentidos desde nuestra individualidad, pero transcendiéndola, en tanto
deseados para todos, por su sentido social comunitario.
Por
ende, se trata de una definición política, que requiere para su
construcción el fortalecimiento del poder popular, a los fines de avanzar en
ese proyecto que efectivice el destino comunitario deseado.
Entendiendo
que política no es sólo la que se expresa en la compulsa electoral a través de
los partidos políticos. Tampoco es sólo la que se pone en juego en la gestión
de Estado. Sino que ante todo y fundamentalmente, si pretendemos transformar la
realidad opresiva que padecemos como pueblo, es la que se encarna a diario en organizaciones
libres del pueblo, en donde se buscan modalidades de resolución de la vida
cotidiana para dar respuesta a las necesidades, poniendo en juego grupal y
colectivamente las ideas, saberes, aprendizajes y recursos que poseemos, lo
cual nos potencia como personas, des-enrollándonos desde nuestro lugar
compartido. Así, la política se transforma en gesto cotidiano, en tanto nos
empodera comunitariamente.
En
definitiva, poder como capacidad para hacer, transformar y construir.
Poder como capacidad para realizarnos con el otro, en un nosotros latiendo en
el deseo de una comunidad para todos.
Retomando
podemos afirmar que somos Pueblo en tanto comunidad de origen y destino, para
cuya concreción media un proyecto socio-político popular, que expresa en
acciones colectivas su cosmovisión ancestral comunitaria.
Un proyecto crecientemente incluyente
que nos involucra como sujetos hacedores de la historia. Que tiende a incluir
por su propia percepción de vida como comunidad, involucrando a todos.
Conscientes
que no es posible la inclusión a una lógica que subordina el valor de la vida
de las personas a la lógica del capital, porque ello sólo sería integración
subordinada a una forma-sistema de vida impuesta por los sectores minoritarios
beneficiarios de la misma, que es excluyente por naturaleza.
Un
proyecto que requiere de nuestra participación activa en la vida social,
de nuestro involucramiento, de “tomar parte” en la construcción de nuestros
intereses comunes.
Que
requiere hacernos cargo de nuestro protagonismo histórico para hacer realidad
lo que deseamos colectivamente.
Y
sabemos que todo lo existente es para todos, pero está disponible para algunos
fruto de la apropiación individual como bien de cambio en el mercado,
violentando su naturaleza de uso en común.
Y
percibimos que la realidad no es injusta, porque eso sería
naturalizarla, sino que está siendo injusta, y para que sea más justa
hace falta transformarla.
Pero
no hay transformación política y social posible sin transformación individual.
Como dos caras de la misma moneda, no hay transformación sin cambio del
tipo de relación social que establecemos a cotidiano, fruto de la
internalización por socialización de la lógica individual contracomunitaria.
Y
frente a una lógica que nos fragmenta, nada se transforma sin acción
colectiva. Por tanto, requiere como condición el diálogo fraterno,
que nos cuestiona y permite revisar nuestras ideas y creencias, para construir
pequeñas certezas que nos ayuden a caminar juntos.
Un
caminar que implica un luchar por nuestra felicidad, un hacer
colectivo que enfrenta intereses excluyentes encarnados en otros
sujetos, que ejercen el poder para mantener y acrecentar sus privilegios,
puesto que están lanzados vitalmente en una lógica que impide la realización de
la cosmovisión ancestral comunitaria.
¿Y
quienes son estos sectores? En principio podemos decir que ni siquiera pueden
nombrarse desde sí, nominarse. La diferenciación semántica que nos surge es que
mientras el Pueblo como sujeto se afirma desde una propia identidad,
puesto que se nombra a sí mismo como
entidad, el Antipueblo no puede definirse a sí mismo, sino por
oposición al Pueblo (anti-pueblo). Y
definirse así pondría en evidencia sus intenciones.
Asumimos
esta forma de nombrar a los sectores contracomunitarios, sin desconocer otras
nominaciones posibles que per se los signa en su carácter socialmente
excluyente, tales como oligarquía, aristocracia o establishment (expresión de
sectores de un poder establecido).
Lo
hacemos intentando evitar dicotomías o encasillamientos, lo cual recaería en
objetualizar a los dos actores dinámicos y en permanente construcción y
transformación, debido a las relaciones de poder establecidas entre ambos.
Entendiéndolos
como sujetos políticos que conforman la trama social, mediados por relaciones
sociales que establecen entre si, y que estructuran su modo de estar siendo en
la realidad.
Esta
oposición a los intereses populares que asume el Antipueblo se funda en su renuncia
a ser parte de la comunidad con la
cual y en la cual desarrolla su vida. Podemos decir que posee una lógica
vital, que sólo es ejecutable a costa de la pertenencia a la comunidad en la
cual ha nacido.
Esta
renuncia se sostiene en la defensa de sus propios e individuales objetivos e
intereses, ya que estos sectores tampoco pueden conformarse como colectivo
antipopular, puesto que están regidos por una lógica utilitaria e instrumental
medio fin, logrando identificaciones a la vez competitivas entre ellos.
Su
interés de beneficio personal y grupal va en detrimento del conjunto de la
sociedad. De esta forma, se distancia y diferencia del pueblo al sólo
identificarse con su propio interés. Interés acumulativo que termina
constituyéndose en su propia afirmación.
Pero
si bien el antipueblo no puede definirse a si mismo más que por oposición al
Pueblo, necesita pues encontrar elementos que aunque sea falazmente pueda
identificarlo. De esta manera y en términos de construcción de consenso y
legitimación ante el conjunto social, el antipueblo recurre a cooptar
símbolos, expresiones y sujetos
populares, con algún contenido significante para el pueblo en términos
de comunidad. De esta forma, habla de sí, los hace propios en su discurso y
utilización, invisibilizando la lógica expoliadora y excluyente que lo expresa
cotidianamente.
Un ejemplo de esto es la figura del
gaucho, al cual le sustrae su carácter histórico de sujeto, otrora explotado
por ellos mismos, reivindicándolo en términos costumbristas, como expresión de
la argentinidad, a los fines de adjetivar su identidad.
La
oligarquía toma símbolos del pueblo y los presenta como propios, esgrimiendo su
pretensión de ser expresión de la patria, diciendo de sí mismos que son la
patria.
Término
que encarnado en su modalidad de vida, se vacía de contenido, derivando en una
“argentinidad” falsa que esconde su práctica cotidiana excluyente, beneficiaria
de sí mismos como sector privilegiado, tributario de los beneficios de la
lógica individual contracomunitaria.
[1] Kusch, Rodolfo, Geocultura
del hombre Americano – Editorial García Cambeiro. Buenos Aires. Año 1976
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